PRESENTACIÓN

Este es mi baúl, y en el voy a meter temas educativos y de tiempo libre para todos. Es mi intención dotar a este blog de contenidos interesantes para ayudar a estudiar a nuestros hijos y también para proponeros actividades en vuestro tiempo de ocio.

Espero que siempre encontréis algo nuevo e interesante y que os sea de utilidad. Bienvenidos!!!

Un saludo Kasandra.

viernes, 9 de diciembre de 2011



Título: El gato con botas.
Autor: Charles Perrault.



Un molinero dejó como única herencia a sus
tres hijos, su molino, su burro y su gato. El reparto
fue bien simple: no se necesitó llamar ni
al abogado ni al notario. Habrían consumido
todo el pobre patrimonio.
El mayor recibió el molino, el segundo se
quedó con el burro, y al menor le tocó sólo el
gato. Este se lamentaba de su mísera herencia:
—Mis hermanos, decía, podrán ganarse la
vida convenientemente trabajando juntos; lo
que es yo, después de comerme a mi gato y de
hacerme un manguito con su piel, me moriré de
hambre.
El gato, que escuchaba estas palabras, pero
se hacía el desentendido, le dijo en tono serio y
pausado:
—No debéis afligiros, mi señor, no tenéis
más que proporcionarme una bolsa y un par de
botas para andar por entre los matorrales, y
veréis que vuestra herencia no es tan pobre
como pensáis.
Aunque el amo del gato no abrigara sobre
esto grandes ilusiones, le había visto dar tantas
muestras de agilidad para cazar ratas y ratones,
como colgarse de los pies o esconderse en la
harina para hacerse el muerto, que no desesperó
de verse socorrido por él en su miseria.
Cuando el gato tuvo lo que había pedido, se
colocó las botas y echándose la bolsa al cuello,
sujetó los cordones de ésta con las dos patas
delanteras, y se dirigió a un campo donde había
muchos conejos. Puso afrecho y hierbas en su
saco y tendiéndose en el suelo como si estuviese
muerto, aguardó a que algún conejillo, poco
conocedor aún de las astucias de este mundo,
viniera a meter su hocico en la bolsa para comer
lo que había dentro. No bien se hubo recostado,
cuando se vio satisfecho. Un atolondrado
conejillo se metió en el saco y el maestro
gato, tirando los cordones, lo encerró y lo mató
sin misericordia.
Muy ufano con su presa, fuese donde el rey
y pidió hablar con él. Lo hicieron subir a los
aposentos de Su Majestad donde, al entrar, hizo
una gran reverencia ante el rey, y le dijo:
—He aquí, Majestad, un conejo de campo
que el señor marqués de Carabás (era el nombre
que inventó para su amo) me ha encargado
obsequiaros de su parte.
—Dile a tu amo, respondió el rey, que le doy
las gracias y que me agrada mucho.
En otra ocasión, se ocultó en un trigal, dejando
siempre su saco abierto; y cuando en él
entraron dos perdices, tiró los cordones y las
cazó a ambas. Fue en seguida a ofrendarlas al
rey, tal como había hecho con el conejo de
campo. El rey recibió también con agrado las
dos perdices, y ordenó que le diesen de beber.
El gato continuó así durante dos o tres meses
llevándole de vez en cuando al rey productos
de caza de su amo. Un día supo que el rey
iría a pasear a orillas del río con su hija, la más
hermosa princesa del mundo, y le dijo a su
amo:
—Sí queréis seguir mi consejo, vuestra fortuna
está hecha: no tenéis más que bañaros en
el río, en el sitio que os mostraré, y en seguida
yo haré lo demás.
El marqués de Carabás hizo lo que su gato le
aconsejó, sin saber de qué serviría. Mientras se
estaba bañando, el rey pasó por ahí, y el gato se
puso a gritar con todas sus fuerzas:
—¡Socorro, socorro! ¡El señor marqués de
Carabás se está ahogando!
Al oír el grito, el rey asomó la cabeza por la
portezuela y reconociendo al gato que tantas
veces le había llevado caza, ordenó a sus guardias
que acudieran rápidamente a socorrer al
marqués de Carabás. En tanto que sacaban del
río al pobre marqués, el gato se acercó a la carroza
y le dijo al rey que mientras su amo se
estaba bañando, unos ladrones se habían llevado
sus ropas pese a haber gritado ¡al ladrón!
con todas sus fuerzas; el pícaro del gato las
había escondido debajo de una enorme piedra.
El rey ordenó de inmediato a los encargados
de su guardarropa que fuesen en busca de sus
más bellas vestiduras para el señor marqués de
Carabás. El rey le hizo mil atenciones, y como
el hermoso traje que le acababan de dar realzaba
su figura, ya que era apuesto y bien formado,
la hija del rey lo encontró muy de su agrado;
bastó que el marqués de Carabás le dirigiera
dos o tres miradas sumamente respetuosas y
algo tiernas, y ella quedó locamente enamorada.
El rey quiso que subiera a su carroza y lo
acompañara en el paseo. El gato, encantado al
ver que su proyecto empezaba a resultar, se
adelantó, y habiendo encontrado a unos campesinos
que segaban un prado, les dijo:
—Buenos segadores, si no decís al rey que el
prado que estáis segando es del marqués de
Carabás, os haré picadillo como carne de budín.
Por cierto que el rey preguntó a los segadores
de quién era ese prado que estaban segando.
—Es del señor marqués de Carabás, dijeron
a una sola voz, puesto que la amenaza del gato
los había asustado.
—Tenéis aquí una hermosa heredad, dijo el
rey al marqués de Carabás.
—Veréis, Majestad, es una tierra que no deja
de producir con abundancia cada año.
El maestro gato, que iba siempre delante,
encontró a unos campesinos que cosechaban y
les dijo:
—Buena gente que estáis cosechando, si no
decís que todos estos campos pertenecen al
marqués de Carabás, os haré picadillo como
carné de budín.
El rey, que pasó momentos después, quiso
saber a quién pertenecían los campos que veía.
—Son del señor marqués de Carabás, contestaron
los campesinos, y el rey nuevamente se
alegró con el marqués.
El gato, que iba delante de la carroza, decía
siempre lo mismo a todos cuantos encontraba;
y el rey estaba muy asombrado con las riquezas
del señor marqués de Carabás.
El maestro gato llegó finalmente ante un
hermoso castillo cuyo dueño era un ogro, el
más rico que jamás se hubiera visto, pues todas
las tierras por donde habían pasado eran dependientes
de este castillo.
El gato, que tuvo la precaución de informarse
acerca de quién era éste ogro y de lo que
sabia hacer, pidió hablar con él, diciendo que
no había querido pasar tan cerca de su castillo
sin tener el honor de hacerle la reverencia. El
ogro lo recibió en la forma más cortés que puede
hacerlo un ogro y lo invitó a descansar.
—Me han asegurado, dijo el gato, que vos
tenias el don de convertiros en cualquier clase
de animal, que podíais, por ejemplo, transformaros
en león, en elefante.
—Es cierto, respondió el ogro con brusquedad,
y para demostrarlo, veréis cómo me convierto
en león.
El gato se asustó tanto al ver a un león delante
de él que en un santiamén se trepó a las
canaletas, no sin pena ni riesgo a causa de las
botas que nada servían para andar por las tejas.
Algún rato después, viendo que el ogro había
recuperado su forma primitiva, el gato bajó y
confesó que había tenido mucho miedo.
—Además me han asegurado, dijo el gato,
pero no puedo creerlo, que vos también tenéis
el poder de adquirir la forma del más pequeño
animalillo; por ejemplo, que podéis convertiros
en un ratón, en una rata; os confieso que eso me
parece imposible.
—¿Imposible?, repuso el ogro, ya veréis; y al
mismo tiempo se transformó en una rata que se
puso a correr por el piso.
Apenas la vio, el gato se echó encima de ella
y se la comió.
Entretanto, el rey que al pasar vio el hermoso
castillo del ogro, quiso entrar. El gato, al oír
el ruido del carruaje que atravesaba el puente
levadizo, corrió adelante y le dijo al rey:
—Vuestra Majestad sea bienvenida al castillo
del señor marqués de Carabás.
—¡Cómo, señor marqués, exclamó el rey, este
castillo también os pertenece! Nada hay más
bello que este patio y todos estos edificios que
lo rodean; veamos el interior, por favor.
El marqués ofreció la mano a la joven princesa
y, siguiendo al rey que iba primero, entraron
a una gran sala donde encontraron una
magnífica colación que el ogro había mandado
preparar para sus amigos que vendrían a verlo
ese mismo día, los cuales no se habían atrevido
a entrar, sabiendo que el rey estaba allí.
El rey, encantado con las buenas cualidades
del señor marqués de Carabás, al igual que su
hija, que ya estaba loca de amor, viendo los
valiosos bienes que poseía, le dijo, después de
haber bebido cinco o seis copas:
—Sólo dependerá de vos, señor marqués,
que seáis mi yerno.
El marqués, haciendo grandes reverencias,
aceptó el honor que le hacia el rey; y ese mismo
día se casó con la princesa. El gato se convirtió
en gran señor, y ya no corrió tras las ratas sino
para divertirse.
MORALEJA
En principio parece ventajoso
contar con un legado sustancioso
recibido en heredad por sucesión;
más los jóvenes, en definitiva
obtienen del talento y la inventiva
más provecho que de la posición.
OTRA MORALEJA
Si puede el hijo de un molinero
en una princesa suscitar sentimientos
tan vecinos a la adoración,
es porque el vestir con esmero,
ser joven, atrayente y atento
no son ajenos a la seducción.

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